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El artista español cerró su gira “Hola y Adiós” con diez funciones agotadas en el Movistar Arena. En su último concierto en Argentina, se despidió con emoción, canciones inolvidables y un brindis final con el público que lo amó durante más de 40 años.

Guido Adler

Joaquín Sabina se despidió este Viernes Santo de los escenarios argentinos con el último de los diez conciertos que ofreció en el Movistar Arena, todos con entradas agotadas, todos con el alma expuesta. Fueron cien mil personas a lo largo de esta serie histórica que formaron parte de su gira final, “Hola y Adiós”, una forma tan sabinera de nombrar lo inevitable con belleza. Pero este décimo y último show tuvo un peso distinto. Fue la última vez. La última canción. El último brindis entre él y la ciudad que siempre lo abrazó.

Y ese amor correspondido tuvo en esta noche su capítulo final. Fue más que un recital: fue un homenaje mutuo, un intercambio de gratitud en forma de versos y ovaciones.

A las 20:11, como en cada una de las fechas, Iván Noble fue el encargado de abrir la jornada. Con luces tenues, guitarra, piano y voz, transformó una vez más el Movistar Arena en un bar melancólico y entrañable. Su set íntimo incluyó Perdido por perdido, Un minuto antes de dejar de quererte, Dame un motivo, Otro jueves cobarde, Bienbenito, Olivia, Sapo de otro pozo y Avanti Morocha , hilvanados con la calidez y el oficio de quien sabe contar historias. Al despedirse, dejó el clima justo para lo que venía. “Fue para mí un honor mayúsculo abrir la fiesta del maestro de la canción cada noche, pero esta es muy especial, porque es la última”, reconoció, visiblemente conmovido. El aplauso que lo despidió no fue solo para él: fue también un primer agradecimiento colectivo, al que todavía le quedaba mucho por decir.

Tras la despedida de Noble, las luces se apagaron y, a las 21 en punto, en las pantallas apareció el videoclip de El último vals, con saludos entrañables de amigos como Serrat, Calamaro, Rot, Leiva y Darín. Fue la antesala perfecta.

Guido Adler

Luego, ya sobre el escenario, Joaquín Sabina se dirigió al público con una emoción que no intentó esconder:
“Buenas noches Argentina, buenas noches Buenos Aires. Feliz Viernes Santo, felices Pascuas a todos. Todas las cosas llegan, y llegó: la última noche de la gira americana. Diez noches en Buenos Aires. Lo elegimos así porque Buenos Aires no es cualquier lugar para mí. Es una ciudad y una gente que están hechas a la medida de mi corazón. Es el lugar por el que hace casi 40 años empecé en América. Buenos Aires me abrió las puertas, y me las ha ido dejando cada vez más abiertas durante todos estos años. Así que los diez conciertos que acaban hoy han querido ser una celebración. ¿Una celebración de qué? De un milagro. El milagro de que unas canciones escritas en otro continente supieran abrirse camino hasta el corazón de esta ciudad y de sus habitantes. Muchas gracias”. Y así, con esas palabras que calaron hondo, comenzó el último acto de una historia de amor de cuatro décadas.

Y se lanzó al repertorio con Lágrimas de mármol, Lo niego todo, Mentiras piadosas, Ahora y Calle Melancolía. En cada estrofa flotaba la conciencia de que todo eso estaba ocurriendo por última vez.

Antes de interpretar Quién me ha robado el mes de abril , el andaluz se tomó unos minutos para compartir un recuerdo con perfume a nostalgia y gratitud: “En España, en Madrid, donde escribí esta canción hace tanto tiempo, el mes de abril es primavera. Y en Andalucía, en mi tierra, renace todo: el verde, las flores… Por las calles de Sevilla huele a jazmín. Así que yo no quiero que nos roben ese mes de abril. Pero además, quiero dedicar esta canción a gente muy, muy querida, que tuvo mucho que ver en mis comienzos en Buenos Aires. El primero de todos es un maravilloso cantante, más que amigo, un hermano, que se llama Juan Carlos Baglietto. Está por ahí. Y el segundo es también mi querido Tano Belfiore”.

Guido Adler

Además de una impactante puesta en escena, con obras de arte deslizándose por las pantallas y luces perfectamente combinadas, Sabina estuvo acompañado por una banda de lujo: Antonio García de Diego (guitarras, teclados y armónica), Jaime Asúa y Borja Montenegro (guitarras), Josemi Sagaste (saxo y percusión), Pedro Barceló (batería), Laura Gómez Palma (bajo) y Mara Barros (coros). Tras presentarlos uno a uno, Joaquín se retiró unos minutos del escenario para dejarlos brillar por cuenta propia, con dos temas de su autoría ejecutados con maestría y sensibilidad.

Guido Adler

Como en toda buena despedida, hubo espacio para que la banda brillara sola.  Barros conmovió con Y si amanece por fin,  Asúa encendió el fuego con Pacto entre caballeros, y el resto demostró la solidez de siempre.

Las visuales acompañaron con belleza cada momento: antiguos videoclips, dibujos del propio Sabina y notables ilustraciones del estudio barcelonés Oyeme, que elevaron la propuesta estética, incluyendo un Peces de ciudad bellamente ilustrado por Ana Juan que se volvió uno de los grandes momentos de la noche.

Cuando Sabina volvió, con camisa de lunares y nuevo sombrero, el ambiente estaba listo para romperse. Donde habita el olvido y Peces de ciudad hicieron llorar.

Guido Adler

Antes de cantar Por el bulevar de los sueños rotos, compartió con el público una anécdota cargada de emoción: “El día que conocí a Chavela Vargas en Madrid, ella tocaba en un centro muy pequeño. Después fuimos a pasear y a tomar una copa. Y entonces, ya de noche, me contó que vivía en el fúnebre de los sueños rojos. Yo pensé que me estaba regalando el comienzo de una canción maravillosa. Saqué mi libreta y empecé a escribir. Tuve el lujo, antes de que amaneciera, de poder cantarle a Chavela, mirándola, esa canción”.

Sin embargo y Y sin embargo te quiero alcanzaron uno de los puntos más altos del concierto, gracias a la complicidad artística con Barros. Todo fluyó con naturalidad, con esa mezcla de humor, ternura y oficio que ellos conocen.

Noche de bodas y Y nos dieron las diez simularon un final, pero el público no cayó en la trampa. Sabina regresó con La canción más hermosa del mundo y Tan joven y tan viejo, con la voz firme y la emoción contenida. 

Antes del final definitivo, lanzó una frase que arrancó otra ovación interminable: “Sois el mejor público del mundo”.

Y llegó Contigo , con pequeñas variaciones que dijeron mucho. Sabina cantó “yo no quiero París con aguacero, ni Palermo sin ti”, cambiando Palermo por Venecia, y en otro gesto de cercanía, reemplazó a “muchacha de ojos tristes” por “Porteña de ojos tristes”  como si la canción pudiera seguir creciendo, mutando, haciéndose nueva cada vez.

Princesa selló el final. Ahora sí, ya no hubo simulacro de despedida: fue de verdad. Un cierre poético, emocional. En los últimos acordes, Sabina se levantó de su silla, alzó la voz y lanzó un “¡Chau Buenos Aires, hasta siempre!” . La imagen final fue la de todos los integrantes de la banda abrazados en el escenario, mientras se sacaban una foto juntos, con las luces del Movistar Arena encendidas y lágrimas visibles en muchos rostros del público. Fue el adiós de un juglar, de un amante de esta ciudad, y de una historia que quedará escrita en cada una de sus canciones.

Guido Adler